lunes, 23 de enero de 2017

EN DEFENSA DEL BIEN COMÚN Y LA SINRAZÓN DEL AUMENTO A LA GASOLINA


Por Fabian Acosta Rico

El cardenal Alemán Joseph Hoffner define el bien común como las condiciones socio-económicas establecidas por el estado en el interés de facilitarles a todos los ciudadanos su realización y prosperidad mediante el esfuerzo y el trabajo propios. 

Un orden social inequitativo, del tipo neo-liberal, pugna por el monopolio de la riqueza y obstaculiza el ascenso social de los no propietarios. El populismo, en contra punto, estandariza la pobreza y la publicita, demagógicamente, como una condición deseable y digna… En México, durante muchas de sus primeras sigloveinteras décadas, funcionó un estado paternalista; que viró a neoliberal durante el salinismo… ahora, la nación parece haber perdido rumbo.



Existe una fórmula para la prosperidad y otra para la justicia social; las dos tienen contra indicaciones; mas parece que en la botica de las decisiones de Estado, los alquimistas del poder no siguen ya ninguna receta; mezclan ingredientes en el caldero de la improvisación desconociendo la regla de oro de la política: todo gobierno debe velar por el bien común: simple, sí, pero muy poco observada, está regla propone un justo medio, un punto de equilibrio y sensatez, entre el populista que le regala el “pescado” al hambriento y su antípoda, el liberalismo que, necio en seguir su aforisma: “dejar hacer y dejar pasar”, termina siempre privatizando la laguna y las redes.

A comienzo del sexenio, el gobierno anunció una Cruzada contra el hambre que en su lógica, poco inteligente y ofensiva, confundía pobreza con marginación. Ahora, a dos años de “bajar reja”, la reforma energética, impulsada por la actual administración, rebotó a la nación al polo contrario, es decir, del populismo más asistencialistas nos dieron en colectivo una visa al fondo del océano, donde el pez grande se come al chico. Nos iremos hundiendo con cada mala decisión. Dejar la comercialización de la gasolina en manos de las compañías privadas fue una de ellas. Un país con riqueza petrolera, como México, debería, como en la Libia de Gaddafi, mantener una gasolina subsidiada y no, como se pretende, grabada con un impuesto que la encarece de arranque; iluso es creer que el mercado y la libre competencia la van a abaratar. El combustible que pone en marcha el transporte público y la electricidad que ilumina las escuelas son insumos que cimentan el bien común; la sola importancia estratégica, de ambas riquezas, demandan que el Estado mantenga, por razones de sobrevivencia, un control absoluto o monopólico sobre ellas; no hacerlo sería una irresponsabilidad y un despropósito que compromete la soberanía de la nación y le endosa la seguridad y el bienestar el pueblo mexicano a las grandes inversores.

El nacionalismo es un fantasma que asola Europa y los Estados Unidos; mientras Marie Le Pen, en Francia, y Donald Trump, en EUA planean romper acuerdos económicos internacionales en aras de proteger el empleo y capital nacional, en México la prioridad sigue siendo mantenernos, a cualquier costo, en el juego del libre mercado.

El pueblo mexicano ha soportado y sobrellevado muchas crisis; las revoluciones parecen cosa del pasado; la inconformidad social se fatiga en manifestaciones y protestas; al día siguiente, las voces y rostros de la inconformidad checan tarjeta en las fábricas, las aulas, las oficinas… El México del sur muestra los dientes ante las injusticias con bloqueos y paros; el del norte crítica mientras, en lo profunda, sueña con la secesión, idealizada en una imposible Confederación de Estados Aridoamericanos; por su parte, el centro y el bajío; desde siempre han mantenido unida y funcionando a la nación en tiempos de sedición y agitación social. La crisis por venir golpeará estas regiones. Insurreccionarlas requerirá de muy poco: de un Silvio Berlusconi o hasta de un Hugo Chaves criollo que con algo talente demagógico sepa, como Trump, levantar la bandera la inconformidad y el hartazgo social. Deben entender nuestros gobernantes, que es mejor el camino del justo medio (ni populismo ni liberalismo) y la apuesta por el bien común.